Princesa tibia*
Más viejo de lo que parece...
Él la miraba, en su morada de los fines de semana, con mezcla de amor y dulzura; pero con un dejo de molestia, angustia o incomprensión. No tanto porque ella se había dormido sin esperar que él vuelva de fumar, sino por no poder descifrar la metamorfosis que sufrían sus facciones mientras vagaba por un mundo de ensueño donde él no podía alcanzarla.
Su cara de ángel encajaba a la perfección, como la última pieza de un rompecabezas, en esa habitación cálida y graciosa, mezcla de ridiculez y ternura infantil, que hace un tiempo los había descubierto haciendo el amor. La silueta de su cuerpo podía adivinarse, en la oscuridad, debajo de las sábanas. No se atrevió a destaparla. El cuadro era demasiado perfecto como para intentar una pincelada que echara a perder su belleza.
Por eso, sólo atinó a acariciarle el pelo, sus mejillas rosadas y lo poco que había quedado de su espalda desnuda descubierta.
Y mirarla.
Y amarla. Un poco más cada minuto.
Y en cada caricia le juraba amor eterno.
Pero ella no lo escuchaba.
Permanecía inmóvil en su limbo, perdida en el mundo al que la habían transportado sus sueños esa noche…Pero su figura, serena y tranquila, había comenzado a inquietarse.
Su respiración se agitaba más y más cada segundo, sus manos y piernas temblaban y sus puños se abrían y cerraban con fuerza.
Sus mejillas abandonaron su color vergonzoso habitual y se ciñeron en una palidez descomunal, su boca emitía gemidos que se convertían en gritos de desesperación y de sus ojos caían lágrimas, como una pequeña llovizna que luego se transformó en pesadas gotas de lluvia torrencial, dejando charcos en la almohada. Enmudecido, él seguía la imagen sin salir de su asombro y desconcierto.
Le tomó la mano e intentó, en vano, calmarla con besos y palabras dulces susurradas al oído. Pero ella no estaba allí. No podía sentirlo, o quizá sí, pero en medio de su confusión no comprendía sus cantos de amor.
En su cara sólo había terror.
Cada uno de sus gestos denotaba el dolor de una profunda amargura que se corporizaba en cataratas de lágrimas que se deslizaban de sus ojos lluviosos, humedeciendo todo cuanto la rodeaba. Su rostro y su cuerpo convulsionado sufrían continuas alteraciones y en ellas se veía cómo el miedo se apoderaba cada vez más de su sueño, donde él no podía entrar, conformándose tan sólo con adivinarlo siguiendo los cambios que veía en ella.
Diez segundos eternos pasaron hasta que por fin abrió los ojos..., pegó un salto descontrolado dejando entrever su desnudez en la oscuridad. Se deshizo de las sábanas que se habían enredado en su cuerpo, lo abrazó con fuerza, casi ahogándolo y lloró.
-No puedo. No lo voy a lograr, murmuró.
-¿Lograr qué?, le preguntó él al oído mientras le sostenía la cabeza y secaba sus lágrimas con caricias.
Ella suspiró.
-Estoy cansada, no tengo más fuerzas para correr, susurró agitada.
Él, cada vez más perdido, intentaba adivinar qué era lo que había invadido sus sueños para transformarlos en aquella pesadilla. No sospechó que lo que la atormentaba era su propia realidad que la había perseguido hasta la habitación y aprovechó el vacío que él había dejado para infiltrarse en sus sueños y llenarlos de miedos y sombras.
-¿Escaparte de qué? ¿De quién?, preguntó cada vez más desconcertado.
No contestó. Lo abrazó más fuerte, clavándole las uñas en la espalda y rompió en un llanto desesperado.
-Quedate tranquila mi amor, estoy aca con vos, no voy a soltarte y nadie te va a agarrar. Fue una pesadilla, nada más- le dijo, quien sabe si a modo de ruego o consuelo.
-No, no no!!! Es que no entendés!!!, le gritó sin voz.
Él le acarició el pelo, la tomó de las mejillas y la miró fijamente a los ojos, con una dulzura única de quien es capaz de dar hasta la vida por su amada.
Ella sólo atinó a susurrarle lo que era un esbozo del porqué de su congoja.
-Me persiguen, no puedo evitarlos, lo intento, te juro que lo intento, todos los días pero no quieren dejarme…y a veces me agarran ... y no puedo correr más.
Y se hechó a llorar en su hombro.
Él la tomó fuerte de los hombros, la acercó hacia él y la besó en los labios hasta calmar su balbuceo desesperado. Le secó las lágrimas por enésima vez y tras un silencio prudencial y solemne le pidió, casi suplicando, que le cuente qué era lo que la tenía así, lo que no la dejaba dormir en paz., quién la corría, que fantasmas se habían cruzado en sus sueños para causarle tanta angustia.
Ella lo miró con miedo y ternura, tragó saliva, derramó una última lágrima que se escurrió por sus mejillas hasta mojar su cuerpo desnudo, bajó los ojos y con la voz cansada murmuró:
-Me persiguen los fantasmas de tus historias pasadas, de amores que deseaste y no tuviste.
Recién ahí, fue capaz de comprender todos sus miedos.
*fue sin ánimo de robarle el título a nadie... simplemente fueron las dos palabras que vinieron a mi mente apenas terminé el texto... parece que la influencia noblista acecha por aca también (aunque en este caso sólo sea para aportar títulos)